Blogia
Náufragos

Mensajes

Mensajes Encontré este relato en alguna web hace unos cuantos años. No tengo ni el autor ni referencias. A mi me parece que tiene su encanto.



Me fascina eso de que en la red local puedas mandar pequeños mensajes de una máquina a otra. En la sala de desarrollo, decenas de nuevos mensajes se crean cada día, vuelan por los cables de la red apurando su más que efímera existencia, y se matasellan en los monitores como mosquitos aplastados contra el parabrisas. Unos son automáticos y previsibles, fáciles de ignorar como un buen mayordomo: la impresora HPLASER del nodo CHARLIE ha finalizado el trabajo de impresión. Otros son fedatarios únicos del trabajo de los administradores de red, esta gente constante y desconocida como las termitas: Desenganchaos del disco W:, vamos a reconfigurar el servidor de Administración. Otros nos llegan del compañero de al lado, y refrescan ocasionalmente el tedio de las pantallas con un chiste breve o un comentario cruel ante la melodía que alguien tararea con escasa fortuna sobre el repiquetear de las teclas. Este es un cuento pequeño sobre mensajes.

Rafa es uno de estos tipos que no acaba de aterrizar, un chaval de veintidós años que ingresó en la compañía con contrato de seis meses. Ocupa, junto con cuatro chicas y otro compañero, un pequeño espacio limitado por mamparas, un remanso diminuto en un lugar de paso de la planta de Desarrollo, por el que siempre está pasando gente con prisa. Programa bien, tiene madera de buen técnico y, piensan los más experimentados, podría llegar lejos si adquiere algo más de mano izquierda, aprende a salir a comer con el grupo correcto y pierde esa conmovedora ignorancia del quién es quién, Rafa es un chico tímido, un corazón solitario que no ha conocido un solo amor correspondido. Esconde la cabeza detrás de su monitor para rehuir las miradas de sus cuatro compañeras, y se sonroja cuando Nacho, su único compañero, dispara un chiste malicioso. Pero a Rafa le gustan los mensajes de red, quizá porque no conoce el rubor ni el tartamudeo, y disfruta intercambiando criptogramas o pequeños retos de lógica, clamando pena de muerte contra el responsable de la canción de los setenta que suena en el hilo musical, o preguntando, a quien se lo pueda decir, cuál es la función que devuelve el puntero a la cola de mensajes del proceso actual.

Un martes ajetreadísimo, de una semana de ésas a las que no se ve principio ni final, un mensaje pequeño como una polilla se estampó en su pantalla:

Message from ROSA, Tue 96-04-11 12:00 >Te quiero, Rafa. Press Escape to continue


No tenía la menor importancia que ROSA fuera el nombre de su propio ordenador, puesto que el campo del remitente se puede alterar con un sencillo truco, y no era la primera vez que le honraban mensajes de Juan Pablo II o de Hillary Clinton. Tampoco era ninguna novedad que las chicas o su compañero le dedicaran una breve y socarrona declaración de amor a cambio del préstamo de un boli o la localización de un listado perdido. Pero en esa sucesión de caracteres había algo de una sinceridad absolutamente violenta. En esa cadena ASCII había algo imposible de malinterpretar, algo lleno de una certeza inquietante y perentoria. En la absurda medida en que se pueda decir que un mensaje de red tenga caligrafía, ese mensaje estaba escrito en serio, allí había unas letras pequeñitas y apretadas que tenían que salir de dentro de un corazón, no de unas ganas de cachondeo. Rafa optó por ponerse rojo como un tomate, mirar en derredor y ver cuatro caras femeninas absortas en sus pantallas. Lo peor de todo es que Nacho, su único compañero, estaba desplazado en un cliente, lo que dejaba cerrada toda vía de huida. Durante el resto del día no hubo más mensajes, pero Rafa produjo diez veces menos líneas de código que de costumbre, y todas contuvieron errores.

El miércoles, de nuevo a las doce en punto, recibió un brevísimo extracto de un poema de Pedro Salinas que hablaba del tiempo, del amor y de lo inevitable. Durante las dos semanas siguientes, siempre a la hora del ángelus, fueron llegando nuevos mensajes, largos o cortos, apasionados, tiernos, coquetos y hasta incendiarios. Sus cuatro compañeras seguían herméticamente simpáticas y cordiales, pero Rafa no podía deshacerse de la sensación de que las cuatro le miraban de una manera distinta, de que cada una de esas cuatro miradas contenía algo de ocultación y algo de promesa. ¿Pero quién? Rafa pasó esos quince días con sus noches en un estado febril. El último de esos días se levantó de golpe, con el rostro resuelto, como si un sueño le hubiera dado la respuesta. Se desayunó con dos cápsulas de vitaminas, reunió la totalidad de sus fuerzas y al dar las nueve invitó a un café a Blanca, la bajita y morena de los ojos grandes, y se encontró con que ella le hablaba como se habla a un hombre a quien se puede querer, no como a un programador patoso con contrato basura y manchas de rotulador en las manos. Y resultó que no hablaron de C ni de tarjetas de sonido, sino de la vida que se les escapaba entre los dedos. Ese día los mensajes cesaron, y Blanca y Rafa empezaron una relación que aún sigue creciendo. Lo cierto es que hacen una pareja maravillosa.

0 comentarios